La región ahora conocida como Transilvania era habitada anteriormente por los dacios. Ese pueblo fue conquistado por Roma entre 101 y 105 dC, el período en que los dacios se convirtieron en rumanos. Esta región se encuentra justo más allá de los Cárpatos y está muy cerca del Mar Negro. Después de la conquista por los romanos hubo un fenómeno masivo de inmigración a esta zona, y fueron precisamente algunos de los primeros colonos de habla latina que se mudaron allí, llamándo esa tierra «trans silva», es decir, «más allá del bosque», debido a la naturaleza salvaje, exuberante y evocadora del paisaje.
Debido a su ubicación geográfica (entre el mar, los territorios del Imperio Otomano al sureste, y las hordas de bárbaros al noreste) esta zona era muy vulnerable a las invasiones, por lo que el nacimiento y la propagación de la superstición entre el pueblo rumano se convirtió en una especie de defensa contra los horrores de la guerra, el hambre, las enfermedades y todos los demás «males» resultantes de las invasiones: las invasiones turcas implicaban la quema de aldeas, campamentos, la propagación de la sífilis, la tuberculosis, la lepra y la viruela. Todo esto, junto con desastres naturales como terremotos, inundaciones, malas cosechas e invasiones de langostas, hicieron que la mayoría de los habitantes de esas regiones se refugiaran y encontraran consuelo en la superstición y la fe en lo sobrenatural. Así comenzó la quema de brujas, la creencia en los muchos ídolos falsos de la época, y los adivinos y oráculos comenzaron a prosperar. En este contexto de desolación y desesperación, en esta oscura era de caos y miedo, nació un niño destinado a convertirse en UN PRINCIPE: